Desperté pensando que iba a ser un domingo tranquilo, pero, cuando eres de Venezuela, siempre hay incertidumbre con respecto al futuro del país y la seguridad de familiares y amigos. El asalto al Fuerte Paramacay destaca la seriedad de la crisis política en Venezuela y la incertidumbre en que vivimos—incluso los que vivimos en el exterior.
El asalto (llamado Operación David) fue llevado a cabo por un grupo de exoficiales de medio rango bajo el comando del excapitán de la Guardia Nacional, Juan Caguaripano. Este explicó en un video divulgado al mismo tiempo que la redada ocurría que sus acciones no eran un golpe de estado sino un intento para restaurar el orden constitucional. El grupo de autodenominados “militares institucionales” reconocieron la autoridad de la Asamblea Nacional, pidieron “la conformación inmediata de un gobierno de transición y elecciones generales libres”. Para legitimar sus acciones, Caguaripano aludió al artículo 350 de la Constitución, el cual establece que el pueblo “desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”. A pesar de sus declaraciones a favor de la democracia, el incidente en Paramacay apunta a dos posibilidades preocupantes: que la única manera de lograr un cambio político es a través de una acción militar y que un conflicto armado está por venir.
El control que el presidente Nicolás Maduro posee sobre el Tribunal Supremo de Justicia, el Consejo Nacional Electoral y el alto mando militar ha dejado a la Asamblea virtualmente paralizada. Cada acción que la Asamblea ha tomado desde que la oposición tomó posesión a principios del 2016 ha sido anulada por el TSJ. La instalación de la Asamblea Constituyente el 4 de agosto ha dejado definitivamente sin poder a la Asamblea. El martes 8 de agosto, la Guardia Nacional ni siquiera dejó entrar a los diputados al Palacio Legislativo. La única acción que la oposición ha podido llevar a cabo es llamar a marchas y protestas en contra de Maduro y la cúpula chavista. Cuatro meses de protestas y marchas no han impedido que el gobierno lleve a cabo sus planes de quitarle oficialmente el poder a la Asamblea y de redactar una nueva Constitución. En cambio, las protestas han resultado en la muerte de decenas de personas a manos de los organismos de seguridad y los colectivos y en la detención arbitraria de miles de personas según declaraciones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Los venezolanos están cansados, desesperados y perdiendo la esperanza. La fatiga se está haciendo evidente. Esto explica por qué en los alrededores del Fuerte Paramacay los vecinos salieron a la calle para apoyar el ataque a la base militar. También, hubo expresiones de apoyo al ataque en las redes sociales. Frente a la impotencia de la Asamblea, la lealtad de los otros poderes a Maduro y la ineficacia de las sanciones de los Estados Unidos contra oficiales del gobierno venezolano, pareciera que la única institución que puede restaurar la democracia en el país es las fuerzas armadas.
Hay que aclarar que cualquier acción política (es decir, civil) para sacar a Maduro y la cúpula chavista del poder va a requerir del consentimiento de las fuerzas armadas. Sin embargo, una solución militar a la crisis política es problemática. La experta en temas militares y directora de la ONG Control Ciudadano, Rocío San Miguel, explicó que el alto mando militar es leal a Maduro. Adicionalmente, el ataque al Fuerte Paramacay y el pronunciamiento de Caguaripano no provocaron una insurrección inmediata dentro de las fuerzas armadas como quizá él esperaba.
Incluso si Caguaripano empieza a ganar apoyo en ciertos sectores de las fuerzas armadas en los próximos meses, una acción por parte de oficiales de medio rango para cambiar el gobierno es un peligro para el futuro de la democracia. Además, San Miguel considera que un “golpe clásico” no es la mejor manera de reincorporar al sector militar a la sociedad. Sin embargo, el precedente histórico está a favor de esta medida. El último dictador venezolano, general Marcos Pérez Jiménez, fue derrocado en parte por una rebelión militar en 1958. Al golpe de estado le siguió un período democrático que duró hasta hace unos años cuando Maduro empezó a usar medidas dictatoriales. Si Caguaripano se atiene a su palabra, el regreso a la democracia sería el resultado si este tiene éxito. No obstante, no es seguro que una sublevación militar resulte en el regreso de la democracia. Es muy fácil que un gobierno militar de transición se vuelva un gobierno militar permanente. Esto es lo último que quieren los venezolanos. Sería traicionar los ideales por los que el pueblo ha estado luchando en las calles.
Después del asalto del pasado domingo, los venezolanos ahora tienen que enfrentar la posibilidad de un conflicto armado entre el grupo liderado por Caguaripano y las fuerzas armadas leales a Maduro. El gobierno admitió que Caguaripano escapó con armas y municiones del Fuerte Paramacay, el cual contiene uno de los arsenales más grandes de las fuerzas armadas. Esto ha dado la impresión de que el objetivo de la operación fue obtener armas para realizar más ataques.
La idea de que mi país se vea sumergido en una guerra civil prolongada—no hace falta decirlo—es aterradora. El pueblo ya se encuentra en una situación precaria. La economía está en ruinas. Hay escasez de comida y medicinas. Hay cientos de presos políticos. El país se está convirtiendo cada vez más en un régimen dictatorial represivo. Después del incidente en Paramacay, el gobierno tiene una excusa para perseguir más intensamente a la oposición y para purgar a las fuerzas armadas de cualquier persona que de la más mínima señal de deslealtad a Maduro. Un conflicto armado empeorará la situación. Creará más escasez, más represión y más persecución.
Estamos desesperados por un cambio. Cuando todas las instituciones fallan o están subyugadas, una acción militar parece ser la única manera de salir adelante. Esta ofrece la promesa de un remedio rápido al impasse político. También ofrece la espantosa posibilidad de una dictadura militar o un conflicto armado prolongado. Tan esperanzados como los eventos del domingo nos puedan hacer sentir de que el cambio está por venir, tenemos que estar conscientes de que el resultado podría no ser el retorno a la democracia.
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