Después de mucha vacilación, el gobierno de Trump terminó el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA por sus iniciales en inglés) el 5 de septiembre. El presidente instó al Congreso para que busque un reemplazo antes de que el programa sea completamente desmantelado en marzo del 2018. El presidente Barak Obama implementó DACA en el 2012 po medio de una orden ejecutiva después de que la Ley de Fomento para el Progreso, la Asistencia y la Educación para Menores Extranjeros (DREAM Act por sus iniciales en inglés) no fuese aprobada por el Congreso. Fuerte oposición a DACA vino del Fiscal General Jeff Sessions, quien argumentó que la “evasión de las leyes de inmigración [que realizó Obama] fue un ejercicio de autoridad inconstitucional del Poder Ejecutivo.” Durante la campaña electoral, Trump prometió que eliminaría el programa. Después de tomar posesión, pareció titubear ante la idea de dejar a casi 800.000 inmigrantes que llegaron a Estados Unidos en la infancia en un limbo legal y enfrentando la posibilidad de ser deportados a países que prácticamente no conocen. Aunque el titubeo del presidente desagradó a sus simpatizantes, él tiene razones para estar preocupado por su decisión de terminar DACA.
Estos inmigrantes se identifican con EE. UU. y su cultura. Es verdad que no van a olvidar la herencia de sus padres. Después de todo, ¿quién lo hace? Sin embargo, este es el país donde crecieron y se educaron, donde pasaron la mayoría de los años que dan forma a la personalidad, donde establecieron amistades de toda la vida y vivieron las experiencias que los hacen quienes son. También es el lugar donde esperan pasar el resto de sus vidas y contribuir a sus comunidades. Un estudio del Migration Policy Institute publicado en el 2011—cuando el debate sobre la ley DREAM estaba en pleno apogeo—encontró que una número significativo de inmigrantes indocumentados “viven vidas sociales y económicas que está bien arraigadas en Estados Unidos” y que “viven en hogares con niños, arraigándolos más aún en Estados Unidos”. Para los “soñadores” (como se denominan los beneficiarios de DACA), EE. UU. es su país, su hogar.

El presidente también debería estar preocupado por el impacto económico que tendrá el quitarle el estatus legal a estos inmigrantes. He explicado los beneficios que los inmigrantes tienen en la economía en dos artículos publicados en febrero y agosto. En relación a los beneficiarios de DACA, hay algunos puntos que los distinguen. Miles de jóvenes indocumentados se gradúan de bachillerato cada año. Antes de DACA, ellos entraban en una economía clandestina de bajos ingresos y pocas posibilidades de mejoramiento. Los que lograban obtener un título universitario no podían ganar salarios proporcionales a su educación debido a su condición de indocumentados. Estas condiciones limitaban el potencial de innovación y las contribuciones que estos jóvenes podían hacer a la sociedad y la economía.
DACA ofrecía la oportunidad de ingresar a una universidad y permisos de trabajo temporales para jóvenes inmigrantes. La educación y un empleo legal incrementaron los posibles ingresos de muchos de los que se registraron en DACA. Con mayores ingresos vino un incremento en el poder de compra y los estándares de vida. Estos jóvenes podían compara casas, carros, artículos para el hogar, comida y otros productos, inyectando dinero en la economía. También pagaban más impuestos. Considerando que se encuentran entre los veinte y treinta años de edad, estos jóvenes tienen frente a ellos una larga vida trabajo y pago de impuestos. Los requerimientos educativos de DACA también tuvieron un efecto secundario. Aseguraban que solo individuos con el deseo de superarse por medio de la educación se convirtieran en residentes temporales legales. Estos requerimientos también sirvieron como incentivo para que estos jóvenes buscaran aumentar su nivel educativo, incrementando sus aportes a la sociedad.
Existe también un problema moral con respecto a los “soñadores”. ¿Cómo se puede castigar a alguien por algo de lo que no tienen la culpa? Esto es lo que probablemente lo dio motivos para titubear a alguien como Trump que está en contra de la inmigración. La mayoría de los padres harían cualquier cosa para garantizar un futuro mejor para sus hijos. Bajo ciertas circunstancias, quebrantarían las leyes. Entrarían a un país ilegalmente o se quedarían en este sin la documentación adecuada para darles a sus hijos la oportunidad de una vida mejor. Estos padres decidieron venir a EE. UU. para escapar dificultades económicas, falta de oportunidades y, en algunos casos, guerra y violencia.
Cualquiera que sea la razón por la que los padres decidieron venir y quedarse en este país, no podemos culpar a sus hijos. Estos no tomaron la decisión de venir a EE. UU. ni tuvieron poder sobre esta. En algunos casos, no supieron que estaban viviendo en el país ilegalmente sino años después de haber llegado a EE. UU. Opositores podrían argumentar que al quedarse en el país después de conocer su condición de indocumentados estos jóvenes están conscientemente rompiendo la ley. Sin embargo, como dije anteriormente, para muchos de estos inmigrantes EE. UU. es el único país que conocen. Es su hogar. Su condición de indocumentados les fue legada por sus padres. Sería como culpar a alguien por tener ojos azules o cabello oscuro. Nosotros no escogemos estas características, las heredamos. Si las personas realmente entendieran estas circunstancias, quizá le pedirían al Congreso que aprobara leyes para resolver al menos esté aspecto del asunto migratorio.

Existe un precedente legal contra el castigar a los niños por las acciones de los padres. En el caso Plyler versus Doe, la Corte Suprema derogó una ley en Texas que le permitía al estado cobrar matrícula a los estudiantes indocumentados que atendían las escuelas públicas. La ley también autorizaba a los distritos educativos a prohibir que estudiantes indocumentados atendieran las escuelas públicas. Escribiendo la opinión mayoritaria, el juez William J. Brennan explicó que una “legislación que dirige la responsabilidad por la mala conducta de un padre contra sus hijos no está de acuerdo con las concepciones fundamentales de la justicia”. También se refirió a la condición de indocumentados de estos niños como “una característica legal sobre la cual los niños tienen poco control”.
La Corte Suprema tomó su decisión hace treinta y cinco años. Las palabras del juez Brennan son importantes hoy cuando los legisladores enfrentan otra vez la tarea de buscar una solución sensata para los jóvenes que heredaron su condición de indocumentados. Después de marzo del 2018, la única solución que el sistema ofrece es la deportación. En el clima político actual un acuerdo sobre este tema parece inasequible. DACA nos dio la oportunidad de hacer lo correcto. Les dio a estos jóvenes inmigrantes la oportunidad de ascender de una vida de incertidumbre y miedo a una vida de promesas y satisfacción—de una vida a medias a una vida plena donde su arduo trabajo es recompensado y sus contribuciones benefician a la sociedad entera. Utilizando las elocuentes palabras del juez Brennan una vez más, es “difícil concebir una justificación racional para penalizar a estos niños por su presencia en Estados Unidos”. Estoy seguro que los que se oponen a DACA y a cualquiera que sea el substituto que propongan los legisladores estarían de acuerdo con el juez Brennan en este punto. Ciertamente, yo lo estoy.
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